Enseñanza Arkan

En un tiempo de gran incertidumbre, cuando la cultura dominante nos insta a innovar soluciones tecnológicas, a preguntarle a ChatGPT y/o a resolverlo todo por nosotros mismos, una verdad más profunda nos llama a volver a la alineación. Es la verdad con la que vivieron nuestros ancestros y dice: No estamos solos. No se supone que tengamos que resolver esto por nuestra cuenta. La vida sabe cómo guiarnos—si aprendemos a escuchar. Este es el corazón de la enseñanza compartida por Arkan Lushwala, líder ceremonial peruano y consejero y aliado de larga trayectoria de la Pachamama Alliance. Su invitación no es un llamado a la acción en el sentido convencional, sino un llamado a la presencia, a la humildad y al vínculo. Es una invitación a recordar el arte sagrado de escuchar—no solo con los oídos, sino también con el cuerpo, con el corazón y con el espíritu. Arkan nos pide “recordar cómo recibir instrucciones—no de otros humanos, sino del mundo espiritual, de la tierra, de la arena, de las estrellas, del universo… Pertenecemos a algo mucho más grande que nosotros, como una célula pertenece a un cuerpo. Y la inteligencia de ese cuerpo guiará a esa célula”. Durante miles de años, nuestros ancestros supieron cómo recibir instrucciones. Sobrevivieron cataclismos—glaciaciones, inundaciones, migraciones—sintonizando con la inteligencia mayor de la propia vida. No tenían títulos ni teléfonos celulares. Escuchaban—los árboles, las piedras, el espíritu que anima todas las cosas. Hoy, en medio del colapso ecológico y la desconexión cultural, esa capacidad no se ha perdido, pero debe ser recordada. Y el primer paso es soltar la ilusión de que debemos—o siquiera podemos—resolver todo solos. “Hay buena información en la mente”, dice Arkan, “pero es claramente insuficiente. Estamos en peligro. Estamos en emergencia. Y la Tierra, el universo, la vida que nos rodea—ellos poseen mucha más sabiduría que nosotros sobre cómo preservar, desarrollar y regenerar la vida”. Para acceder a esa sabiduría, debemos silenciar el ruido de nuestras agendas personales. Si nos acercamos a la Tierra pidiendo solo lo que queremos, movidos por el miedo, la ambición o la urgencia, nuestra escucha se nublará. Corremos el riesgo de oír únicamente el eco de nuestros propios deseos. Arkan nos invita a considerar que “lo que obstaculiza la escucha es nuestra agenda personal. Contamina el campo. Limita lo que podemos recibir. Pero cuando la dejamos a un lado—aunque sea brevemente—lo que llega no es solo para nosotros. Es para todos. La Tierra habla en un lenguaje de cuidado colectivo”. Escuchar, entonces, no es algo que hacemos para obtener respuestas—es una forma de vivir. Una práctica de restaurar el “nosotros” en un mundo dominado por el “yo”. Requiere desacelerar y sintonizar—y en esa pausa, en esa humildad, algo cambia. Requiere la disposición de acercarnos a todo como a un igual y dejarnos transformar por el encuentro. Decir: “Hola árbol, hola nube, hola piedra. Perdón por haberte olvidado. Estoy aquí ahora. ¿Podemos hacerlo juntos?” Es en estos momentos de curiosidad y verdadero diálogo cuando volvemos a la reciprocidad con la Tierra—no como buscadores ni dominadores, sino como colaboradores que saben que nuestro propósito es aportar nuestros dones al florecimiento de la vida. Este es un antídoto profundo al mito del salvador individual. La Tierra no nos pide ser héroes. Nos pide ser buenos escuchas. Volver a la conversación. Reintegrarnos al círculo de la vida con humildad y respeto.

Este tipo de escucha no es un camino solitario—debe ocurrir en comunidad. Cada uno de nosotros recibe distintos fragmentos de guía. Solo cuando compartimos, atestiguamos y entrelazamos estos hilos juntos, surge una respuesta coherente y colectiva. “Todos reciben una parte de las instrucciones”, enseña Arkan. “Nadie sostiene el todo. La visión completa solo se forma cuando juntamos nuestras partes—no para competir o imponer, sino para co-crear. Cuando hacemos esto, algo vivo comienza a tomar forma frente a nosotros. Lo sentimos. Tiene un corazón”. ¿Y qué es lo que escuchamos? No soluciones para nuestra supervivencia, sino la posibilidad de habitar una manera respetuosa de ser humanos—una enraizada en la pertenencia sagrada. “Lo que necesita cambiar no es solo nuestra tecnología—es nuestra cultura”, nos recuerda Arkan. “Una cultura de plenitud, de reverencia, de reciprocidad. Una cultura en la que nadie se sienta solo”. Para construir esa cultura, debemos aprender a escuchar con el cuerpo. Sabremos que vamos por el camino correcto no por la lógica, sino porque lo reconoceremos en el sentir. Podemos empezar de manera sencilla. Con una piedra, con una planta de casa o con una hormiga. Nos presentamos. Hacemos ofrendas. Damos gracias. Y al hacerlo -si disminuimos la velocidad, nos abrimos y recordamos cómo oír- nos convertimos en antenas de algo antiguo y emergente: de las instrucciones originales que la vida siempre nos ofrece. Arkan ofrece un recordatorio poderoso: “No decidimos el cambio. Somos parte de la Tierra, y la Tierra está cambiando. Nuestra tarea es escuchar cómo participar en ese cambio con amor, humildad y profundo respeto”. Escuchemos y participemos en esta danza del cambio—juntos.

Práctica sugerida. Elige una planta de tu casa y siéntate en silencio junto a ella. Respira unas cuantas veces para llegar y hacerte presente. Salúdala y preséntate—en silencio o en voz alta—y ofrécele tu atención con cuidado. Da gracias por su presencia y por lo que aporta a tu hogar y a tu vida. Luego, simplemente escucha. No con tus pensamientos, sino con tu cuerpo. Nota las sensaciones, los sentimientos, las imágenes o los cambios en tu conciencia. No se trata de encontrar respuestas, sino de recordar cómo estar en vínculo—con respeto, humildad y reverencia por toda la vida.